Nehemías 2:17-20 (La Palabra)
Sólo entonces les dije: — Ya ven la ruinosa situación en la que estamos: Jerusalén desolada y sus puertas devoradas por el fuego. Vengan y reconstruyamos la muralla de Jerusalén; dejaremos así de ser objeto de oprobio. Los puse al corriente de lo que me había dicho el rey y de cómo Dios me había protegido. Ellos, por su parte, animándose mutuamente para una tarea tan hermosa, respondieron: — ¡Manos a la obra y comencemos la reconstrucción! Cuando se enteraron de esto Sambalat, el joronita, su ayudante amonita Tobías y el árabe Guesén, se burlaron de nosotros y nos dijeron con menosprecio: — ¿Qué es lo que están haciendo? ¿Acaso intentan rebelarse contra el rey? Les repliqué: — El Dios de los cielos nos dará éxito. Nosotros, sus siervos, pondremos manos a la obra y llevaremos a cabo la reconstrucción. Ustedes, en cambio, no tienen parte, ni derecho, ni nada que recordar en Jerusalén.
PENSAR: El segundo capítulo del libro de Nehemías termina con dos palabras. Una palabra de ánimo y una de advertencia. Nehemías había mantenido en secreto sus planes. Ni siquiera aquellas personas que serían luego encargadas de la obra sabían que pronto estarían todos trabajando en la reconstrucción. Después de volver a la misma puerta de donde comenzó el recorrido, la “puerta del valle”, podemos imaginarnos que, con las primeras luces de la mañana, Nehemías comunicó a los pobladores de Jerusalén que venía con permisos y recursos del rey humano, y con la protección del Rey divino.
Fue una madrugada especial. Después de la larga noche de desolación, de miedo e inseguridad, viene la mañana, como si se tratara de un culto matutino de resurrección. La evaluación de los daños no requiere mucha explicación. Es algo evidente. Por eso dice: “Ya ven”. Se puede ver cómo la iglesia está pasando por una grave crisis en su identidad y en su misión. Pero el mensaje de Nehemías no termina con la descripción de lo que vio en la oscuridad de la noche, sino que –con los primeros rayos del alba—resuena la nota de ánimo: “¡Vengan, reconstruyamos!” El pueblo respondió: “¡Manos a la obra! ¡Comencemos la reconstrucción!”
La fuerza que necesitamos para la reconstrucción de la iglesia se encuentra en el poder de la mañana de la resurrección. Los daños y el efecto de la muerte no tienen la última palabra, sino la nueva creación que Dios opera en la resurrección de su Hijo Jesús.
Sin embargo, esta tarea no es todo color de rosa. Hay oposición. Hay quienes no quieren la reconstrucción. Sambalat, Tobías y Guesén se oponen. En su cosmovisión no hay Dios que quiere bendecir al mundo, y por lo tanto, no hay pueblo que tenga la misión de rescatar y reconciliar al mundo con Dios. Con ánimo y con precaución, con entusiasmo y con prudencia, vamos a reconstruir, por la bendición que Dios quiere dar al mundo por medio de su pueblo.
ORAR: Señor, danos hoy el poder de la resurrección, para comenzar la reconstrucción. Amén.
IR: “Yo sé que el Señor tomará la causa del afligido y el derecho de los necesitados”.