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Salmos 141:1-5; 8-10 (La Palabra) Señor, a ti clamo, acude a mí, escucha mi voz cuando te llamo. Que mi oración sea ante ti como incienso, mis manos alzadas como ofrenda de la tarde. Señor, pon en mi boca un centinela que vigile a la puerta de mis labios. No dejes que mi corazón se incline al mal, que cometa injusticias con los malhechores. ¡Que no pruebe yo sus manjares! Que el justo por amor me corrija y me reprenda, que el aceite del malvado no perfume mi cabeza, que mi oración se alce frente a sus maldades. … Señor, Dios mío, hacia ti dirijo mis ojos, en ti me refugio, no me desampares. Guárdame de la red que me han tendido, de las trampas de los malhechores. Que caigan los malvados en sus trampas, mientras yo sigo adelante. PENSAR: ¿Podemos evitar el mal en nuestra condición humana? ¿O estamos condenados a cometer maldades, sin poder aspirar a otra cosa? En nuestra situación de depravación total, como seres humanos caídos en un mundo descompuesto, pareciera que es más fácil darse por vencido y dejarse llevar por la corriente. Es más fácil participar plenamente y sin vergüenza alguna en la corrupción, en la mentira, en la maldad que nos rodea. Pero el salmo 141 es un ruego muy sincero para no participar en los mecanismos del mal. Es un motivo de oración que vale mucho la pena. Es suplicarle a Dios que nos ayude para no responder al mal con mal, a la violencia con más violencia, a la mentira e injusticias con más injusticias. Que nuestra boca no responda con maldiciones a las maldiciones. Que nuestro corazón no se incline al mal. Es interesante que las dinámicas operativas del mal se encuentran envueltas en apariencias de éxito, de lujos como “manjares”, “aceites” y “perfumes”. Es decir, que las redes de maldad están entretejidas con la aparente riqueza del mundo, cuando esa riqueza es producto de un sistema de injusticias, sobornos, corrupción, mentiras y opresión injusta. Es por eso que el salmista ruega en oración que pueda ser librado de la tentación que confunde prosperidad con bondad. En muchos casos, los signos de prosperidad son redes que envuelven fácilmente con engaños, trampas que conducen a la muerte. Los banquetes y los perfumes no siempre son indicadores de la bendición de Dios. Más bien, bajo las condiciones de injusticia actual, son trampas que sólo llevan a la destrucción. El pueblo de Dios opta por no jugar el mismo juego de mentiras, agresiones y maldad. Más bien, quiere recibir la reprensión y la corrección del amor, para vivir en contra de la corriente de odio de la sociedad, que sólo tiene como consecuencia la aniquilación de los malvados. A pesar de nuestra condición humana que naturalmente se inclina hacia el mal, rogamos al Señor: “Acude a mí, oh Dios; escucha mi voz cuando te llamo… Enséñanos tu camino de vida, que es Cristo Jesús”. ORAR: Señor, en la confusión del mundo, danos la claridad de tu amor y tu gracia. Amén. IR: “De la abundancia del corazón habla la boca”.