Marcos 3:22-27 (La Palabra)
Los maestros de la ley llegados de Jerusalén decían que Jesús estaba poseído por Belzebú, el jefe de los demonios, con cuyo poder los expulsaba. Entonces Jesús los llamó y los interpeló con estas comparaciones: — ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si una nación se divide contra sí misma, no puede subsistir. Tampoco una familia que se divida contra sí misma puede subsistir. Y si Satanás se hace la guerra y actúa contra sí mismo, tampoco podrá subsistir; habrá llegado a su fin. Nadie puede entrar en casa de un hombre fuerte y robarle sus bienes si primero no ata a ese hombre fuerte. Solamente entonces podrá saquear su casa.
PENSAR: “Bueno, ya me has dicho qué me ofrece Dios” –me dijo aquel amigo de la preparatoria a quien yo intentaba evangelizar. Luego remataba con su pregunta: “Ahora dime, ¿qué me ofrece el diablo?” Tal vez con tono de broma, su pregunta representa la actitud de millones de personas que miran esta cuestión como si se tratara de un juego comercial de oferta y demanda. El ser humano es el cliente, y tiene “la opción” de elegir lo que mejor le convenga. Ya la tradición reformada nos ha insistido mucho en que esa opción en realidad es una ilusión. Sin embargo, queda abierta la invitación de Dios ante los israelitas: “Escoge la vida, para que vivas” (Dt 30:19), lo cual equivale a “rechaza la muerte”. Dios y el diablo no tienen el más mínimo punto de comparación. El destino del ser humano es la muerte, y Dios (en Cristo) le ha ofrecido su salvación. Para quien rechaza a Dios le espera la misma suerte que al diablo. El enemigo de Dios sólo destruye y descompone las buenas obras de Dios. Su principal interés es deshacer el amor entre hermanos, envenenar la unidad del matrimonio, acabar con la esperanza en el corazón humano, cerrar las opciones de vida y alegría, corromper el presente y ahogar el futuro. Eso es saquear la casa: robar lo más precioso que tiene Dios en nosotros. En cambio, Dios le ha mostrado su buena voluntad a la humanidad. Dios quiere bendecirnos y darnos vida en abundancia, y lo ha logrado por medio de su Hijo JesuCristo.
¿Quién es Jesús? Esa es la pregunta más importante del Evangelio según san Marcos. La primera frase del libro lo afirma claramente: Es el Hijo de Dios. Es un libro sobre la identidad de Jesús. Los demonios saben bien quién es, y lo dicen a gritos, pero el Señor Jesús no les permite hacer esa proclamación. Son siervos del padre de toda mentira, de modo que su testimonio no puede ser válido. Además, el Señor no quiere ser identificado así, en un contexto de tanta popularidad y “éxito” según los criterios del mundo. Hasta ahora sabemos que Jesús no quiere ser identificado como un curandero local (1:38-39), y se identifica a sí mismo como “el Hijo del hombre”, que perdona pecados (2:10), y que vino a llamar a los pecadores (2:17); es el esposo de un banquete de bodas (2:19), que es Señor del sábado (2:28). En el capítulo tres tenemos algunos intentos fallidos por explicar la identidad del Señor Jesús. Sus parientes dicen que se trata de una persona con problemas mentales (3:21), y los teólogos de Jerusalén dicen que era un instrumento poseído por Belcebú, el enemigo de Dios (3:22). Jesús les respondió con una lógica impecable: Dios y el diablo no tienen punto de comparación.
ORAR: Señor, líbranos del poder de tu enemigo, y danos la vida abundante hoy. Amén.
IR: Caminamos como peregrinos hacia nuestra verdadera ciudad, hablando palabras de paz.