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Marcos 11:15-19 (La Palabra)
Llegaron a Jerusalén y, entrando en el Templo, Jesús se puso a expulsar a los que allí estaban vendiendo y comprando. Volcó las mesas de los cambistas de moneda y los puestos de los vendedores de palomas, y no permitía que nadie anduviera por el Templo llevando objetos de un lado a otro. Y los instruía increpándolos: — ¿Acaso no dicen las Escrituras que mi casa ha de ser casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones.
Oyeron estas palabras los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, y comenzaron a buscar la manera de matar a Jesús. Aunque le tenían miedo, porque toda la gente estaba pendiente de su enseñanza. Al llegar la noche, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad.
PENSAR: La palabra encarnada de Dios vino a Jerusalén y tuvo una confrontación directa con las autoridades del templo. Esta confrontación no fue algo inventado por Jesús. El Señor Jesús tiene un mensaje que está profundamente enraizado en el testimonio de los profetas antiguos. Por lo tanto, podemos decir que la confrontación contra las autoridades del templo de Jerusalén tiene su origen en el ministerio de los profetas, desde antes del exilio. Isaías 56:7 dice que el templo debía ser casa de oración para todos los pueblos de la tierra. En Jeremías 7:11, el Señor acusa al pueblo por haber convertido su casa en una cueva de ladrones.
De modo que el Señor Jesús se identifica a sí mismo en la misma línea de las Sagradas Escrituras (la palabra escrita), porque él es la Palabra encarnada. Jesús recogió en su ministerio el mismo impulso crítico contra las autoridades del templo; fue motivado por la misma fuerza, porque es la fuerza del Espíritu.
No se trata de un peregrino más, un visitante o turista en Jerusalén. Es el dueño de la casa. Ni más, ni menos. Se indignó por el ruido y el ambiente de mercado que llenaba los atrios exteriores del templo. En el diseño del templo, esos patios exteriores eran el único espacio al que podían tener acceso los extranjeros. Si una persona no judía quería hacer oración al Dios vivo y santo de Israel, tenía que hacerlo en medio de los gritos y del ajetreo de un tianguis. En ese mercado se cambiaba la moneda, porque las autoridades del templo no aceptaban monedas extranjeras en las ofrendas. Además, se vendían animales para el sacrificio, pues la mayoría de los peregrinos no hacía el viaje con sus animales.
Entonces, el Señor Jesús expulsó a los comerciantes para que esos espacios pudieran estar en silencio, para que los gentiles pudieran hacer oración. Pensemos en todos los extranjeros a quienes el Señor ha conocido en los relatos del Evangelio. Los gadarenos, la sirofenicia, los de Decápolis, la multitud que alimentó con siete panes y unos peces. Es el buen pastor de todas las naciones, y quiere que nuestra oración llegue al trono de la gracia de Dios.

ORAR: Señor, gracias por abrirnos las puertas de tu casa. Enséñanos a ser como tú. Amén.
IR: El Señor construye su bendito reino, en hum1ildad y para la reconciliación con el Padre celestial.