Salmos 123 (La Palabra)
Levanto mis ojos hacia ti que habitas en el cielo.
Como dirigen sus ojos los siervos hacia la mano de sus señores,
como dirige sus ojos la esclava hacia la mano de su señora,
así dirigimos nuestros ojos hacia Dios, Señor nuestro,
hasta que él se apiade de nosotros.
Apiádate, Señor, apiádate de nosotros, pues estamos hartos de desprecio;
estamos ya cansados de la burla de los arrogantes, del desprecio de los soberbios.
PENSAR: “¡Dios mío, qué buen vasallo, si hubiese buen señor!” Es famoso este verso del Cantar del Mío Cid, y que señala a una de las mayores tragedias de nuestra cultura hispana: la falta de correspondencia entre el trabajo y el liderazgo, entre la excelencia de la mano de obra y el deficiente desempeño de la autoridad, entre los buenos siervos y los malos señores.
El salmo 123 describe a dos tipos de autoridad. Una es la autoridad divina, que inspira la esperanza del salmista, que alimenta la lealtad sincera, que es entrega absoluta a su buena voluntad de bendición, de paz y de justicia. La otra es la autoridad humana, que contiene burlas y desprecio. Se caracteriza por la arrogancia y el abuso. No es buen liderazgo, sino tiranía.
Como resultado de esta situación, algunos piensan que hay que abandonar definitivamente toda estructura, toda autoridad, toda relación de liderazgo en el trabajo. Sin embargo, el salmo no promueve esa solución. Más bien, señala que es muy distinto servir a un Dios de misericordia y justicia, que a un ser humano arrogante y soberbio.
Servir a Dios es someterse al señorío de Cristo. Esto significa guiar nuestro servicio por los criterios de Cristo, que son la justicia, la misericordia y la fe. Ponernos al servicio del Señor Jesús es esforzarnos por amar –no sólo de palabra, sino de hecho y en verdad. Ser siervos y siervas de Cristo es fomentar más y más la dignidad de las personas que nos rodean, y promover más y más la reconciliación del ser humano con Dios.
La fe bíblica siempre ha señalado y denunciado ese estilo de liderazgo autoritario, absolutista, a la manera del faraón. Es arrogante y soberbio. Piensa que su posición de liderazgo es su oportunidad de aprovecharse de los demás. En cambio, hay un liderazgo a la manera de Cristo, que toma la toalla para lavar los pies de sus discípulos. En el pueblo de Dios, el liderazgo y el trabajo deben mostrar una relación distinta. Se debe ver una relación de coordinación entre autoridad y servicio, una mutua sumisión que es en sí misma una manifestación del evangelio.
“Cuando el mundo padece tiranías, aparatos de odio y de mentira, que los siervos de tu reino se mantengan como ejemplo contrastante de servicio…” La solución no es echar a la basura todo liderazgo y toda autoridad, sino inundar el ejercicio de la autoridad con el Espíritu de Cristo. Eso sería la respuesta al clamor de este salmo: “¡Dios, apiádate de nosotros, danos buenos líderes!”
ORAR: Señor, enséñanos a hacer buen uso de la autoridad y la influencia que nos das. Amén.
IR: El señorío de Cristo no es opresión, sino libertad verdadera.