Salmo 150 (La Palabra)
¡Aleluya! Alaben a Dios en su santuario, alábenlo en su majestuoso cielo;
alábenlo por sus proezas, alábenlo por su grandeza.
Alábenlo al son de trompetas, alábenlo con cítara y arpa;
alábenlo con danza y pandero, alábenlo con cuerdas y flautas;
alábenlo con címbalos sonoros, alábenlo con címbalos vibrantes.
¡Que cuanto respira alabe al Señor! ¡Aleluya!
PENSAR: El libro de los salmos termina con una invitación a alabar a Dios, que tiene varias implicaciones. Alabar a Dios representa un abordaje particular hacia la realidad. Mucho más allá de la capacidad de cantar armoniosamente, o de estar entonados, o de tener la voz educada, o de saber tocar algún instrumento, de oído o por nota. Alabar a Dios implica reconocerse en este mundo como imagen de Dios. Es asumir la existencia como expresión de un gran significado. Alabar a Dios es renunciar a la idea de que la vida no vale nada, a la idea de que el cosmos es tan enorme, que nada de lo que hagamos tiene sentido; que somos sólo un accidente de la casualidad, y que no hay ningún propósito para nuestra existencia.
Alabar a Dios es reconocer que la realidad física no es todo lo que existe. El majestuoso cielo –el espacio insondable— es el santuario de Dios. Alabar a Dios es reconocer su providencia y su interés por el mundo. Es reconocer que Dios se ha acercado a este planeta y lo ha marcado para su redención, porque ha venido a rescatarlo en la persona de Jesús de Nazaret, y ha dejado aquí a su Espíritu. Alabar a Dios es vivir de frente a esta realidad. La misericordia de Dios se renueva cada mañana. Dios tiene buena voluntad hacia todo su cosmos y hacia todo lo que habita el mundo.
Alabar a Dios implica comprometerse con la rectitud y la justicia. La trompeta que se menciona en este salmo es el despertador moral que llama al pueblo a entrar en un tiempo santo. El shofar sonaba cada vez que iba a comenzar el culto, como las campanas hoy en día. Era un sonido que debía sacar al creyente de su sopor moral, hacerle despertar, abrir los ojos ante el peligro de apartarse del buen camino, y acudir a alinear la vida entera según los buenos propósitos de vida, salud y alegría que se encuentran en la palabra de Dios.
Alabar a Dios implica también vivir con alegría. El ritmo de la danza es señal de vida y salud. La cítara, o guitarra, el arpa, las cuerdas y flautas, el pandero y los címbalos que se mencionan son para alegrar una fiesta. No se trata de un ensamble de instrumentos plañideros ni tenebrosos. No alabamos a Dios para ponernos más tristes, llorar y deprimirnos. Alabamos a Dios porque la alegría del Señor es nuestra fuerza, y el palpitar de nuestro corazón marca el ritmo de nuestro canto de alabanza, porque estamos vivos. “En el lugar de los muertos, Señor, ¿quién te alabará?” (Sal 6:5).
Que todo lo que respira alabe al Señor, porque Dios es Dios de vida. A pesar del sufrimiento de esta terrible pandemia, hasta nuestro último aliento, alabaremos al Señor. ¡Aleluya!
ORAR: Dios, enséñanos a vivir de frente a ti. Queremos amar a tu mundo como tú lo amas. Amén.
IR: Dios quiere bendecir a todas las familias de la tierra, y nada puede detener ese plan.