Marcos 13:1-2 (La Palabra)
Cuando Jesús salía del Templo, uno de sus discípulos le dijo:
— Maestro, ¡mira qué hermosura de piedras y qué construcciones!
Jesús le contestó: — ¿Ves esas grandiosas construcciones? Pues de ellas no quedará piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido!
PENSAR: Qué impresionante debió haber parecido aquel templo, especialmente para un grupo de galileos pobres acostumbrados a vivir en casitas como la de Cafarnaúm, a las que fácilmente se les puede abrir una entrada por el techo. Aquel discípulo quedó impactado por el tamaño de las piedras. El mensaje arquitectónico de aquella construcción (considerada una de las maravillas del mundo antiguo) era uno de grandiosidad y pomposidad.
Entonces, nos cabe aquí hacernos la pregunta sobre “la hermosura de Jehová”. ¿En qué consiste esa hermosura? ¿Por qué se repite varias veces en los salmos la admiración por la casa del Señor? ¿Qué es lo que hacía que el templo fuera hermoso? ¿Es acaso algún elemento arquitectónico? ¿Es por sus enormes piedras y la altura de su construcción? ¿Es hermoso por las líneas de su diseño? ¿O por el equilibrio de su composición?
Tal vez aquí encontramos la razón del anuncio catastrófico del Señor Jesús. Es una terrible confusión. Es confundir “la hermosura de Jehová” con la arrogancia humana. El templo no es hermoso por su arquitectura, sino por lo que representa. Debía ser la manifestación concreta de la buena voluntad de Dios de bendecir a todas las familias de la tierra. Debía ser la prueba palpable de que Dios efectivamente rescata al perdido, levanta al caído, protege al huérfano y a la viuda, y es refugio de todo aquel que le invoca sinceramente. No se trata de una hermosura estética, sino ética.
Todo aquello que se fundamenta en el orgullo del poder humano, toda torre de Babel, todo aparato de odio y de mentira, estructura de corrupción y abuso, sistema de opresión y dominación injusta, será destruido. Todo pasará. Lo único que permanecerá para siempre es la gracia de Dios. El reino que Cristo trajo al mundo nunca se acabará. Aquel templo, que había sido construido por el tirano Herodes, podría parecer una construcción muy grandiosa, pero pronto se vendría abajo, como si fuera una casa hecha con naipes.
Esta profecía del Señor Jesús se cumplió en el año 70, cuando Jerusalén fue destruida por las tropas romanas. Cristo hizo este anuncio por su capacidad de ver “los signos de los tiempos”, por su visión profética que reconoce el rumbo que están llevando las cosas, y las causas y consecuencias de los movimientos sociales. Anunció que vendría una catástrofe terrible, como producto del pecado de arrogancia y del odio que se abriga en el fondo del corazón humano.
El mismo principio aplicado por el Señor Jesús se sostiene hoy en día. ¡Toda arrogancia humana algún día se vendrá abajo! Lo único que permanecerá para siempre es la gracia de Dios.
ORAR: Señor, enséñanos a construir edificaciones de tu gracia, que nunca serán destruidas. Amén.
IR: ¡Qué bueno y qué agradable es formar parte del pueblo de Dios!