Salmos 119:169-176 (La Palabra)
Señor, que mi grito llegue hasta ti, hazme entender según tu palabra.
Atiende, Señor, mi súplica; sálvame tú según tu promesa.
Que mis labios proclamen tu alabanza, porque tú me enseñas tus normas.
Que mi lengua pregone tu promesa, pues todos tus mandatos son justos.
Que tu mano venga en mi ayuda, porque yo escogí tus preceptos.
Anhelo, Señor, tu salvación, tu ley constituye mi delicia.
Que yo viva para alabarte, que tus preceptos me ayuden.
Ando errante como oveja descarriada; ven a buscar a tu siervo,
que no olvido tus mandatos.
PENSAR: Esta es la última porción del salmo más extenso de la Biblia. En los salmos aprendemos a orar y a cantar al Señor junto con el pueblo de la fe bíblica. Es el libro de los cánticos que expresan la fe de Israel. En la tradición bíblica, la fe se expresa por medio de poemas y canciones, en forma lírica, para dar voz a sentimientos y vivencias del pueblo creyente.
En esta ocasión observamos que, al final de ciento setenta y seis versos en los que se ha estado proclamando la maravilla de la palabra de Dios, la gratitud por la palabra de Dios, la alabanza a Dios por su palabra, la forma en que la vida toma un rumbo, un propósito y un sentido gracias a que Dios ha hablado, termina el último verso con una nota muy sorprendente.
Nos llama mucho la atención la conclusión a la que llega el salmo más extenso de la Biblia. Después de haber celebrado la palabra de Dios durante muchísimos versos, dice: “Estoy perdido”. Esto nos habla de un principio fundamental en la relación con Dios, que es la gracia. No por haber compuesto este salmo tan largo el salmista se siente superior a los demás. No se enorgullece diciendo que es perfecto por estar tan cerca de la palabra. No condena a los otros, que no conocen la palabra. No acusa a los paganos, ni a los inconversos, sino que se acusa a sí mismo.
Al haberse acercado de esta manera a la bendición de la palabra de Dios, la conciencia humana no puede dejar de verse a sí misma como pequeña, como necesitada, como contingente, dependiendo del Señor. Eso es lo que debe provocar en nosotros el acercarnos al Señor. No es para sentirnos superiores, o mejores, o que ya no necesitamos la gracia. Es un error pensar que los perdidos son los únicos que necesitan la gracia de Dios. Todos los seres humanos estamos igual de necesitados delante de Dios. Todos estamos igual de descarriados.
Es más: al ir acercándonos más a Cristo, reconocemos todavía más nuestra condición de necesidad, y más y más le pedimos al Señor: “Búscame, encuéntrame, ven a buscarme como un buen pastor incansable, que deja a las noventa y nueve en el corral y viene a buscar a la perdida. Esa perdida soy yo, Señor. Aquí estoy alzando la mano. Encuéntrame, porque te necesito.
Así termina el precioso salmo 119. Como ovejas descarriadas, le decimos al Señor: Te necesitamos, ven a nuestro auxilio.
ORAR: Señor, gracias por tu palabra, que nos ha dado vida eterna. Ayúdanos, Señor. Amén.
IR: Como buen pastor, Dios ha venido a buscarnos en la historia de Jesús.