¡Cuán grande es la dicha de aquellos que hemos sido incorporados por el bautismo en Cristo! de modo que ahora somos hijos de Dios, somos revestidos de su misma dignidad y partícipes de Su gracia; en Él, ahora somos coherederos de Dios y por tanto nos invita a vivir con esta nueva conciencia que hace de las relaciones humanas un tesoro único.