Listen

Description

“Ahora lo que hago es bañarme a media tarde, porque sino me baño para irme a dormir y ahí se termina el día y no quiero más eso, toda la vida haciendo lo mismo”


Tengo permanente este recuerdo: Carmen se lo decía a mi mamá y mi mamá se lo contaba graciosa a una tía que años después lo convirtió en un mito. Pequeño.


La escuché a Carmen sentada con mi mamá una tarde. Creo que no llegaba a diez años. Yo. La vida era un puñado de recuerdos apenas. Toda la memoria libre de spam para guardar hechos aislados. Años después, muchísimos años después uno recuerda que ya casi no recuerda.


“Antes me bañaba y me cambiaba antes de dormirme. Porque Efraín se duerme temprano que, por los pollos, que por el ordeñe, que por la leche que hay que vender” Lo dijo y me acuerdo completo el sonido del aire que corría en la galería de casa. O me lo imagino, pero para el caso es lo mismo.


Carmen murió como murieron casi todos. Como muere la gente, sin conciencia de su paso y sus huellas, pero para mí Carmen fue la primera mujer libre que conocí. No sabría porque recuerdo todavía la figura regordeta de esa señora que, en el peor de los mundos posibles, sonreía convencida de tener todo bajo control. Un marido que nada tenia que ver con mi papá, opresor, tacaño y un poco tirano fue la fama que se hecho a andar durante toda la vida en un pueblo pequeño como el pueblo en el que crecí.


Carmen parecía sometida pero libre. Reía suave para dentro como un colibrí. “Ahora me baño temprano y salgo, el viejo que se quede y se joda sino quiere.” Carmen tenía la mirada larga y los ojos no brillaban, pero sonreía como escondida. Y cuando dijo “el viejo que se joda” yo entendí el primer acto verdaderamente revolucionario y me cubrió todo el cuerpo y que mal y que bien, debe haber ahuecada algún espacio de la conciencia de la clase. De mi conciencia de clase.


Mi mamá andaba siempre con un batón de vieja y el pelo todavía se lo teñía, no había hecho ese montón de promesas a dios para que mi viejo sobreviviera a la operación que sucedería no más de un año después.

Mi mamá la miraba asombrada esa tarde, sonreía de costado como de vuelta de esa sensación. A lo mejor, mamá, la que volvió de la ciudad a enloquecer en el pueblo efectivamente volvía de esa sensación de libertad frente al varón.


Yo siempre adjudique la libertad de ella adjetivando a mi papá, pero no.

Carmen fue la primera mujer que vi revolucionarse. Montada sobre si misma algunas tardes aparece como en un acto de magia. Aparece de repente, abre los brazos como un cristo y riendo hacia abajo me dice que se cague, que ella ahora se baña temprano y se va a visitar a las amigas. Pero sobre todo me dice que se cague. Que se cague el mundo, los días son cortos, cada vez más cortos.


Y entonces la veo a mi vieja mientras escribo de nuevo y la veo reírse sensata. Ella sabe que ahora sé que su libertad no fue inventada, ni heredada. Que se cague el mundo me dice desde alguna realidad. Que ya lo sé desde chiquito me dice desde esa realidad. Y ya quisiera yo volver a decirle gracias, como si eso se pudiera hacer. Alguna vez.