En el pasado, la Iglesia consideraba la música una vía para contactar con Dios, y al igual que los sonidos armoniosos nos ponían en línea directa con las fuerzas del bien, un sonido tenebroso llamaba a las puertas del infierno. Tan en serio se tomaron esta cuestión que, ya en el siglo IX, Guido de Arezzo, monje y figura más importante de la música en la Edad Media, prohibió un intervalo musical: el tritono.