La renuncia tiene mala fama. Se la ve como cosa de débiles, de poco comprometidos o de gente que abandonó. Pero también se le ve como última opción, como escape, como salida de emergencia cuando ya no da para más.
Yo creo que no es algo tan extremo. Ni cosa de débiles ni recurso de supervivencia para usar en casos extremos.
Es saludable saber renunciar, no esperar hasta el último minuto y aguantar sufrimiento, pero tampoco tampoco dejar todo botado al primer mal rato.
Me hace sentido renunciar, como un gesto de autocuidado, como una expresión de amor propio, pero también como una señal de crecimiento y de ambición, de ir por más.