Escrito por Brittany Allen
«Desearía tener a alguien en mi iglesia con quien hablar sobre esto».
He recibido este tipo de comentarios de muchas mujeres. Mujeres buscando consejo porque están sufriendo o luchando con su pecado; necesitan ayuda, pero no saben a dónde acudir. Al parecer es muy difícil encontrar mentoras piadosas.
El mandamiento hacia las mujeres mayores de enseñar a las más jóvenes es muy claro en la Escritura (Tito 2:3-5). Mentorear puede ser tan simple como compartir una enseñanza alrededor de una taza de café o vivir nuestras vidas a la par de otras compartiendo lo que aprendemos. Entonces, ¿por qué hay tantas mujeres mayores que no se sienten equipadas para mentorear? ¿Por qué las mujeres jóvenes se cierran para no recibir ayuda de alguna hermana más sabia?
Al tener estas conversaciones, he notado que salen a relucir algunos conceptos equivocados acerca de la mentoría. ¡Así que desenmascaremos cinco de estos mitos!
Cuando escuchamos la palabra «mayor», inmediatamente podemos pensar en su significado común: una persona de más edad. Pero técnicamente existen muchas mujeres mayores que no necesariamente son más maduras espiritualmente que alguien menor. Dios nos santifica a diferentes ritmos. Algunas veces las hijas se convierten antes que sus madres. Puede ser abrumador navegar este tema por las diferentes circunstancias de cada una.
Vayamos al grano: No importa cuál sea tu nivel de crecimiento espiritual, porque siempre habrá alguien más madura o con más experiencia que puede enseñarte; así como siempre habrá alguien a quien tú puedes ayudar. Siempre serás la mujer «mayor» para algunas y la mujer «menor» para otras.
Cada una de nosotras hemos tenido diferentes experiencias y fallas en las cuales Dios se ha mostrado fiel. Ya sea que aquella chica sea cristiana de más años o no, ella puede aprender de ti cuando ella pase por la misma experiencia por la cual tú ya atravesaste.
«Aún no soy tan madura». Esta es una frase que puede sonar «humilde», pero si escarbas un poquito, te darás cuenta de que es mentira. Tuve que buscar en la Escritura esta idea de la perfección de este lado de la eternidad. En su carta a Tito, Pablo no dice «Una vez que tengas todo resuelto, entonces puedes enseñar a mujeres jóvenes». ¿Podría ser orgullo lo que nos lleva a concluir con que debo tener cierta cantidad de conocimiento, antes de tomar parte del mandamiento de mentorear a mujeres más jóvenes?
Mientras busquemos crecer en conocimiento y santidad, seremos capaces de ayudar a otras. Debemos de ser intencionales en soltar esa excusa de sentirnos «no merecedora» para evadir nuestro llamado. Nadie es perfecto, nadie tiene demasiado conocimiento, solo Dios. Si nos sentimos incapaces para la tarea, pidamos a Dios sabiduría (Santiago 1:5) y obedezcamos por fe, sabiendo que Él nos dará la sabiduría necesaria (Prov 2:6).