Las experiencias que vienen a la vida de un hombre o de una mujer de fe no son situaciones normales propias del devenir de la vida, son procesos de capacitación por medio de los cuales entendemos la operación espiritual a la que somos llamados.
Un hombre de fe, una mujer de fe, son llamados con una vocación para establecer sobre la faz de la tierra, y con base en la región que habitan, una operación de establecimiento del Reino de los cielos.
No se trata de predicar, testificar o evangelizar; se trata de ser testigos vivientes ante el reino de las tinieblas de la manifestación del Poder de transformación por el nombre de Jesús.