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En el 2018 el candidato Andrés Manuel López Obrador tuvo la gran habilidad de aglutinar a todos los priistas que estaban en desacuerdo con el PRI. De hecho, ganó gracias al PRI. De cierta manera.
El presidente priista Enrique Peña Nieto no se opuso a la candidatura de AMLO, al revés, lo dejó moverse como pez en el agua y hasta parece haberlo ayudado al interior del tricolor.
Incluso, todos recordamos cómo presionó a Ricardo Anaya vía la Procuraduría General de la República, lo cual se entendió como una muestra de su alianza con López Obrador, que finalmente pudo traducirse en llevar el proceso en “santa paz”.
En aquel entonces, AMLO necesitaba sumar. Sumó a partidos pequeños, consiguió convencer a la izquierda y también a políticos de centro, pero necesitaba más.
Fue así que muchas candidaturas fueron ocupadas por militantes sin experiencia alguna en la política.
Muchos fueron hombres y mujeres que participaron por primera vez en una campaña, y además ganaron, gracias a la ola de López Obrador. Hoy, la 4T se enfrenta a un escenario distinto: el desgaste en el gobierno debe obligar a la 4T a reflexionar sobre el perfil de sus candidatos y postular a personas más preparadas, porque muchos, particularmente legisladores locales y federales, no dieron una.