En tiempos donde la autonomía personal es vista como el valor supremo, hablar de sumisión puede parecer un retroceso, una amenaza a la libertad. Sin embargo, desde la perspectiva cristiana esta palabra y su práctica contiene una profunda belleza y sabiduría espiritual. Al hablar de sumisión no nos referimos a la actitud blandengue que calla ante el abuso del poder, la injusticia y la violencia. La sumisión no tiene nada que ver con alguna forma de esclavitud; por el contrario, se refiere a la libertad verdadera, a la liberación de la opresión por parte del ser humano, para vivir bajo la mano amorosa de Dios. No se trata, pues, de debilidad, sino de fortaleza espiritual.