“Hizo asímismo el candelero de oro puro, labrado a martillo; su pie, su caña, sus copas, sus manzanas y sus flores eran de lo mismo. De sus lados salían seis brazos; tres brazos de un lado del candelero, y otros tres brazos del otro lado del candelero”
Éxodo 37. 17-18
Pero demos aun un paso más en la travesía del levita por el lugar Santo, donde además de la mesa con los panes de la proposición, nos encontraremos con un segundo mueble, el candelero dorado.
Este hermoso candelero, brillante y muy adornado, encendido constantemente por medio del suministro de aceite puro, estaba compuesto, en su estructura básica, por un tronco encendido principal, del que a su vez se desprendían 6 ramas encendidas, 3 a cada lado del tronco.
Pero ¿Por qué habría de existir esta estructura luminosa en el lugar Santo?
Bueno, la luz, no solo en este contexto, sino en cualquier parte de la Escritura hace referencia a la Revelación de Dios, por lo que aquí tenemos este precioso símbolo dentro del tabernáculo señalando a aquella máxima expresión de la Revelación Divina acerca de la cual, habló el Apóstol Juan, diciendo: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo”. Dios hecho hombre había venido en cumplimiento de la palabra antigua de los profetas, a morar en este mundo de tinieblas, y “en él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1. 1-9). Cristo era el cumplimiento pleno de aquel candelero espléndido del tabernáculo que nunca cesaba de brillar.
Pero aún hay algo adicional, e igualmente hermoso, acerca del simbolismo de este precioso candelero dorado, pues sus ramas laterales, representaban esa dependencia de sus redimidos al tronco central del candelero, las cuales se extendían a partir de allí, sin tocar el suelo, para llevar aquella Luz a todos lados. Este hecho, debe recordarnos inmediatamente aquella imagen enseñada por el Señor cuando dijo a sus discípulos: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15. 4-5)
En ese candelero de oro, las seis ramas laterales son la representación gráfica de su iglesia, de cada uno de sus miembros, de ti y de mí, llamándonos no solo a permanecer aferrados a nuestra Luz maravillosa que es Cristo en medio de este mundo de oscuridad, sino también, moviéndonos a pensar en cuán necesario es que, decididamente, llevemos el Evangelio de esperanza a todo lado donde vayamos, alumbrando el mundo, pero sin tocarlo, como aquellas ramas del candelero que solo pendían firmes del tronco central, pero sin entrar nunca en comunión íntima con el suelo.
¡Qué mayor privilegio éste! que Cristo nos haya llamado a brillar con su Luz admirable, diciéndonos: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mateo 5. 16).
Permite, Oh Dios, que brille Cristo en el corazón de tu pueblo con una intensidad tal, que no le quede mas remedio que alumbrar, y siempre alumbrar en este mundo de oscuridad, hasta que se encuentre contigo en tus nubes de gloria, en aquella maravillosa Luz de eternidad, que hará que del sol y de la luna ya no exista mas necesidad. Amén.