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Entendemos a las personas en la medida en que las amamos. El amor capacita a la

inteligencia para un conocimiento que ella sola no podría adquirir nunca. «Caritas

oculus est»: la caridad, el amor, es un ojo, escribió Ricardo de San Víctor en el siglo XII.

Por eso los padres conocen los deseos de sus hijos aun antes de que los expresen, y

pueden entender su conducta cuando para otros resulta inexplicable.

Si no entendemos mejor a Dios y su manera de actuar con nosotros es porque no

tenemos amistad íntima con Él. Por eso nos quedamos tan desconcertados en ciertas

situaciones, sobre todo en aquellas en las que nos toca sufrir, y nos preguntamos:

“¿Cómo es posible que Dios permita esto?”. O bien: “¿Qué he hecho yo para que Dios

me envíe esta cruz?”.

Claro está, mientras estemos en esta vida no podremos entender totalmente sus

designios. Pero hay un camino –tal vez el único– para comprender un poco más la

lógica de Dios: el camino del amor.

Cuando estamos unidos a Dios por una íntima amistad, nos concede como un instinto,

el instinto del Espíritu Santo, que nos capacita para comprender de un modo más claro

lo que Él hace y dice; y para querer y cumplir su voluntad como si fuera lo más natural

para nosotros. La amistad con Dios hace que nos identifiquemos con su modo de

pensar y con su querer:

«El hombre no espiritual no percibe las cosas del Espíritu de Dios, pues son

necedad para él y no puede conocerlas, porque solo se pueden enjuiciar según el

Espíritu. Por el contrario, el hombre espiritual juzga de todo, y a él nadie es capaz

juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor, para darle lecciones? Pues

bien, nosotros tenemos la mente de Cristo» (1 Co 2, 14-16).

Quiero, Señor, tener amistad íntima contigo; quiero pensar como Tú piensas, querer lo

que Tú quieres, que me guste lo que a Ti te gusta. Así no dudaré de Ti ante las

contrariedades y sufrimientos que me envíes, porque veré detrás de cada

acontecimiento tu mano tierna y cariñosa de Padre. Ante la cruz, te diré que sí, que si

Tú la quieres para mí, yo también la quiero; y aunque me duela, te daré las gracias con

mi último aliento.