Listen

Description

«–¿Dónde le habéis puesto?

Le contestaron:

–Señor, ven a verlo.

Jesús rompió a llorar. Decían entonces los judíos:

–¡Mirad cuánto le amaba!» (Jn 11, 34-36).

El amor que Jesús nos tiene es un amor de verdad, es afecto, cariño; nos quiere con

todo su corazón. Y si alguna vez nos ve perdidos o muertos a la vida de hijos de Dios,

sufre y llora de pena. Pero, si escuchamos su voz, también nosotros volveremos a la

Vida.

Me han ayudado mucho estas palabras de san Josemaría Escrivá:

«Jesús es tu amigo. El Amigo. Con corazón de carne, como el tuyo. Con ojos, de

mirar amabilísimo, que lloraron por Lázaro…

Y tanto como a Lázaro, te quiere a ti» (Camino, n. 422).

Para crecer en confianza con Jesús, necesitamos contemplarlo así: con corazón de

carne, llorando por un amigo:

¡Dios llorando por un amigo, por mí!

Pero antes, nació y creció una amistad con aquella familia. En diversas ocasiones,

Jesús, con sus discípulos, entra, como si fuera la suya, en la casa de Lázaro, Marta y

María: descansa del camino, agradece a Marta la buena comida que les ha preparado,

conversa amablemente con todos y cada uno, sonríe ante algo divertido que le cuenta

Lázaro, responde con sencillez a las preguntas de María. A veces, se queda hablando a

solas, largo y tendido, con Lázaro. Marta le dice un día que le ha comprado unas

sandalias nuevas, porque las que lleva puestas ya tienen muchas leguas encima. Y que

tiene que comer más, que ha comido muy poco. Lázaro, Marta y María son amigos de

Jesús, y tienen mucha confianza con Él, porque Jesús inspira confianza, porque es

amable, cariñoso, humilde, porque es Dios y, al mismo tiempo, ¡tan humano! Por eso

llora cuando le dicen que Lázaro, su gran amigo, ha muerto.

La amistad crece poco a poco con el trato. Si queremos tener amistad con Jesús, solo

tenemos que tratarlo. Él lo desea, Él es el primero en ofrecernos su amistad. Ahora

somos nosotros los que tenemos que invitarlo a nuestra casa, que es suya, y hablar con

Él y escucharlo, y tener los detalles de amistad que tendríamos con un amigo íntimo.

Señor, quieres que haya amistad entre Tú y yo. Una amistad verdadera. Quieres que

nos tratemos con confianza, que hablemos de lo que llevamos en el corazón, que

estemos pendientes uno del otro, que busquemos el bien del otro como si fuera para

uno mismo, que charlemos de esto y aquello, cuando vamos caminando hacia el

trabajo… Y para que esa amistad sea verdadera, me elevas a tu altura divina, y Tú te

rebajas a mi altura humana.

¡Qué agradable puede ser la vida, aunque haya sufrimiento y dolor, si somos amigos de

Dios!