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«Se llamaba Juliana de Norwich; era analfabeta, esta joven que tuvo visiones de la Pasión de Jesús y que luego, en la cárcel, describió con lenguaje sencillo, pero profundo e intenso, el sentido del amor misericordioso. Decía así: “Entonces nuestro buen Señor me pregunto: ‘¿Estás contenta de que yo haya sufrido por ti?’. Yo dije: ‘Sí, buen Señor, y te agradezco muchísimo; sí, buen Señor, que Tú seas bendito’. Entonces Jesús, nuestro buen Señor, dice: ‘Si tú estás contenta, también yo lo estoy. El haber sufrido la pasión por ti es para mí una alegría, una felicidad, un gozo eterno; y si pudiera sufrir más lo haría’”. Este es nuestro Jesús, que a cada uno de nosotros dice: “Si pudiera sufrir más por ti, lo haría”.

¡Qué bonitas son estas palabras! Nos permiten entender de verdad el amor inmenso y sin límites que el Señor tiene por cada uno de nosotros. Dejémonos envolver por esta misericordia que nos viene al encuentro; y que en estos días, mientras mantenemos fija la mirada en la pasión y la muerte del Señor, acojamos en nuestro corazón la grandeza de su amor y, como la Virgen el Sábado, en silencio, a la espera de la Resurrección» (Papa Francisco, Audiencia, 23-3- 2016).

El Señor sufrió la muerte en la cruz por mí y por todos, por cada uno, y aunque solo yo existiera en el mundo, moriría por mí. Y si fuera preciso morir mil veces, mil veces moriría. No podemos imaginarnos lo grande que es su cariño por nosotros. Y por eso es bueno que le pidamos: “Hazme saber, hazme sentir cuánto me quieres”. No nos conformemos con saberlo de un modo “teórico”. Tenemos que experimentarlo, sentirlo, percibirlo con la inteligencia y con todos nuestros sentidos.

Cuando alguien me hace un favor, le estoy agradecido. Si me hace un gran favor, le estoy agradecido para toda la vida. En cambio, a Jesús, que ha muerto por mí, qué pocas veces le agradezco su amor. Y apenas me acuerdo, como si el Calvario fuera algo lejano, muy lejano, casi una leyenda. Dios mío, si voy al Calvario en cada Misa, en la que te ofreces al Padre por mí y por todos. Dame un corazón agradecido, un corazón que no olvide la Sangre derramada por mi salvación.

¿Y cómo podemos agradecerle su sufrimiento en la Cruz? De muchas maneras. Por ejemplo, podemos ofrecerle nuestros pequeños sufrimientos o contrariedades de cada día, esas cosas que nos disgustan, que arrancan de nosotros una queja, que nos molestan. Son tonterías, pero si las ofrecemos al Señor en agradecimiento por su amor, dejan de ser tonterías, porque se convierten para Él en un consuelo.