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La in4tención
Todo niño que conozca la historia de Aladino sueña con encontrar una lámpara maravillosa de la que
surja un genio capaz de concederle cualquier deseo. Como adultos sabemos que no existen
lámparas ni genios tales, lo que deja al deseo encerrado en el interior de cada quien. Pero ¿qué
pasaría si los deseos pudieran hacerse realidad? ¿Qué desearías para ti? ¿Qué satisfacerla tus
necesidades en el nivel más profundo y básico? ¿Qué permitiría a tu alma cumplir con su destino?
Todo lo que ocurre en el Universo se origina con la intención. Ya sea que quiera mover los
dedos de mis pies, comprar un regalo de cumpleaños para mi esposa, beber una taza de café o
escribir este libro, todo comienza con la intención. Esta intención surge siempre de la mente no
circunscrita o universal, pero se localiza en la mente individual. Una vez localizada, se convierte en
realidad física.
De hecho, si no fuera por la intención, la realidad física no existiría. La intención activa la
correlación no circunscrita y sincronizada del cerebro. Siempre que hay una cognición o percepción
de la realidad física, las distintas regiones del cerebro muestran una «sincronía de fase y frecuencia»,
en los patrones que activan las neuronas individuales en diferentes partes del cerebro. Ésta es una
sincronización circunscrita de una frecuencia de alrededor de 40 hertz (40 ciclos por segundo).
También se le conoce como vinculación y es necesaria para la cognición. Sin ésta no veríamos a las
personas como personas, a las casas como casas, a los árboles como árboles o a los rostros de las
fotografías como rostros. Veríamos puntos en blanco y negro, líneas dispersas, manchas de luz y
sombra. De hecho, los objetos de la percepción sólo son detectados como señales electromagnéticas
que se encienden o apagan. La sincronización organizada por la intención convierte los puntos, las
líneas dispersas, las descargas eléctricas y los patrones de luz y sombra en un todo, en una gestalt
que crea una imagen del mundo como una experiencia subjetiva. El mundo no existe como imagen
sino como impulsos que se encienden y apagan; estos puntos son códigos digitales que se activan de
manera aparentemente aleatoria. La sincronización los organiza y los convierte en una experiencia
cerebral, en un sonido, una textura, una forma, un sabor o un olor a través de la intención. Tú, como
inteligencia no circunscrita, rotulas esa experiencia y de pronto se crea un objeto material en la
conciencia subjetiva.
El mundo es como un manchón de Rorschach, al que convertimos en un mundo de objetos
materiales a través de la sincronización orquestada por la intención. El mundo, antes de ser
observado, y el sistema nervioso, antes del deseo o la intención de observar algo, existen como un
campo de actividades caótico, dinámico y no lineal, que permanece en un estado de desequilibrio
(actividad inestable). La intención organiza sincrónicamente estas actividades aparentemente
disímbolas, caóticas y carentes de relación del universo no circunscrito; las convierte en un sistema
altamente ordenado, auto-organizado y dinámico que se manifiesta de manera simultánea como un
mundo observado y como un sistema nervioso a través del cual ese mundo es observado. La inten-
ción no surge del sistema nervioso, pero se organiza en él. Sin embargo, la intención es responsable
de otras cosas además de la cognición y la percepción. Todo aprendizaje, recuerdo, razonamiento,
inferencia y actividad motora están precedidos por la intención. La intención es la base misma de la
creación.
El antiguo texto védico conocido como Upanishad afirma: «Tú eres lo que tu deseo más
profundo es. Como es tu deseo, es tu intención. Como es tu intención, es tu voluntad. Como es tu
voluntad, son tus actos. Como son tus actos, es tu destino».