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La intención siempre se origina en el ámbito universal. La intención universal es, en última
instancia, la que cumple la intención circunscrita, siempre y cuando favorezca las necesidades de la
mente circunscrita (yo) y la mente no circunscrita (el espíritu universal). Sólo entonces las mentes
circunscrita y no circunscrita cooperarán. Sin embargo, hay un factor que complica las cosas. Existen
billones de seres humanos y trillones de otros seres en el planeta, cada uno con intenciones circuns-
critas. Digamos que voy a ofrecer una fiesta y planeo hornear montones de pasteles de todos
tamaños. Para ello he comprado azúcar, harina y todos los demás ingredientes necesarios. Todo esto
lo almaceno en mi despensa y así atraigo a hormigas y ratones que intentan comerse el azúcar y el
harina. Cuando descubro la actividad de los ratones, compro ratoneras e insecticida. Algunos ratones
mueren; las bacterias los invaden y empiezan a degradar sus cuerpos.
Si analizamos con más detalle esta situación, encontraremos una conspiración de sucesos
relacionados. Cada uno dio lugar a todos los demás. Para que este drama pudiera ocurrir tuvo que
cultivarse trigo y caña de azúcar. Eso implica granjas, granjeros, lluvias, sol, tractores, consumidores,
minoristas, mayoristas, transportistas, ferrocarriles, mercados financieros, tiendas de abarrotes y
empleados, inversionistas, insecticidas, plantas químicas, conocimientos de química, etcétera. El
número de mentes individuales circunscritas que participa es enorme.
Cabe entonces preguntar: ¿Quién influye en quién? ¿De quién es la intención que da lugar a
estos acontecimientos? La mía fue hornear pasteles. ¿Es mi intención influir en el comportamiento del
planeta entero, en los granjeros, el mercado de valores y los precios del trigo, sin mencionar el com-
portamiento de las hormigas y los ratones en mi alacena, y la actividad de otros elementos y fuerzas
del Universo? ¿Era mi intención de servir pasteles la única en la que el Universo entero debía
cooperar? Un ratón —suponiendo que pudiera reflexionar sobre su intención— podría creer que la
responsable de esta serie de acontecimientos había sido la suya, desde la actividad de los
comerciantes de grano y las condiciones del clima, hasta mi decisión de hornear pasteles.
Dé hecho, las bacterias bien podrían creer que su intención había organizado la actividad de
todo el Universo, incluyendo mi decisión de comprar el veneno que les proporcionó las proteínas que
habrían de consumir. Las cosas pueden ser muy confusas cuando empezamos a preguntarnos de
quién fue la intención que dio lugar a determinado acontecimiento.
¿De quién es la intención que está creando toda esta actividad? En la realidad más profunda,
el «yo» que organiza todos estos sucesos es el «yo» no circunscrito, universal. Esta fuerza
ordenadora, coordina y sincroniza simultáneamente un numero infinito de acontecimientos. La mente
no circunscrita vuelve constantemente a sí misma, y se renueva y renueva su creatividad, de manera
que lo viejo nunca se queda estancado, sino que nace de nuevo y a cada momento. Aunque la
intención proviene del «yo» circunscrito e individual, desde mi perspectiva y la del gato, el ratón, las
hormigas, las bacterias y las personas que van a asistir a la fiesta, pareciera que se trata de la
intención de un «yo» personal. En cada lugar, cada organismo podría estar pensando: «¡Es mi
intención!» Todos y cada uno creen que su «yo» circunscrito personal es el que está haciendo algo;
no obstante, en un panorama más amplio, todas estas mentes circunscritas diferentes dan lugar y
crean a cada una de las demás, a través de la intención de la mente no circunscrita. Los árboles
deben respirar para que yo pueda hacerlo. Los ríos deben correr para que mi sangre pueda circular.
Al fin y al cabo sólo hay un «