Cuando Dios se mostró a Abraham, dijo: “Yo soy, camina en mi presencia y sé santo” (Gn 17,1). Un mandato así equivale al ánimo y deseo de Dios para nuestra vida.
Hay imperativos al corazón que le impiden estar dormido. Aun cuando llega la tristeza, el vacío y la soledad, hay una fuerza interior que no has de dejar morir, una mecha que aun humea, una chispa que motiva, encanta y que te lanza a la eternidad.
Jóvenes, no renuncien a lo mejor de su juventud, no observen la vida desde un balcón. No confundan la felicidad con un diván ni vivan toda su vida detrás de una pantalla. Tampoco se conviertan en el triste espectáculo de un vehículo abandonado. No sean autos estacionados, mejor dejen brotar los sueños y tomen decisiones. Arriesguen, aunque se equivoquen. No sobrevivan con el alma anestesiada ni miren el mundo como si fueran turistas. ¡Hagan lío! Echen fuera los miedos que los paralizan, para que no se conviertan en jóvenes momificados. ¡Vivan! ¡Entréguense a lo mejor de la vida! ¡Abran la puerta de la jaula y salgan a volar! Por favor, no se jubilen antes de tiempo. (CV 143)
@peregrino_misionero
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