«Los soldados romanos llevaron a Jesús al palacio del gobernador y reunieron a toda la tropa en torno a él. Le quitaron sus vestidos y le pusieron una capa de soldado de color rojo. Después le colocaron en la cabeza una corona que habían trenzado con espinas y en la mano derecha una caña. Doblaban la rodilla ante Jesús y se burlaban de él, diciendo: «¡Viva el rey de los judíos!». Le escupían la cara y, quitándole la caña, le pegaban en la cabeza.
Las espinas no faltan en nuestra frente, en nuestra vida. San Pablo hablaba de un aguijón clavado en su carne. Y para tanto dolor solo Dios da una respuesta:
Te basta mi gracia. Así que amigo, si pasas una tribulación o dificultad, mira a Cristo. Y recuerda que, para alcanzar la corona de gloria, primero se pasa por la corona de espinas.
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