Llevaba semanas alojado en esa cavidad oscura, su cuerpo poco a poco se fue poniendo rígido, pero aún vibraba, como si la esperanza existiera y se hubiera posado en una de sus células. De vez en cuando alguien abría la bóveda y una mano distinta, ligera y húmeda la intuía, y absorbía cuanto podía de ese diminuto instante, como un soplo de aliento o la cura para una soledad verrugosa.