Malena se sentaba todos los días en la barra con su corto vestido de flecos, tan rojo como sus labios y tan intrigante como su silencio; siempre esperaba, esperaba a que alguien le brindara un trago, así estaba, siempre toda la noche, apoyada junta a la barra bajo el trípode de sus inmortales piernas blancas.