Pablo pareciera empezar un tema totalmente diferente en 10:1–13, pero un examen más meticuloso muestra que hay continuidad con el pasaje precedente (9:24–27). Se remonta a la historia para enseñarles a sus lectores las lecciones que los israelitas tuvieron que aprender cuando viajaban de Egipto por el desierto rumbo a la tierra prometida. En un sentido, estos israelitas participaban en una competencia de fe en la que sólo dos personas, Josué y Caleb, recibieron la bendición. Se hace una comparación con la carrera (9:24) en la que todos los atletas participan, pero sólo uno recibe el premio. «El atleta al que el juez corona es la contraparte de los dos israelitas fieles que fueron los únicos a quienes se les permitió entrar a la tierra prometida». ¿Por qué perecieron los israelitas en el desierto? A pesar de los milagros que Dios hizo para sacarlos de Egipto, estos israelitas no tenían fe en Dios. Cruzaron el Mar Rojo, nunca les faltó alimento (maná), bebieron agua de una roca, la nube que los acompañaba los protegió del ardiente sol y recibieron un sinnúmero de otras bendiciones. En lugar de adorar a Dios, los israelitas sirvieron a los ídolos que habían traído de Egipto (Am. 5:26). En el monte Sinaí se hicieron un becerro de oro (Éx. 32:1–6) y lo adoraron. Estos israelitas rebeldes no pasaron la prueba de la fe, y Pablo da a entender que los corintios que se entregan a la idolatría tampoco sirven a Dios.