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El propósito del Espíritu Santo al supervisar la escritura de la Biblia fue que quienes la leyéramos aprendiésemos y nos aplicásemos las verdades que allí se enseñan. Las propias Escrituras afirman que ese es el propósito que las anima. Cuando Pablo escribió su primera epístola a los Corintios tomó como ejemplo para enfatizar este punto, la experiencia de Israel durante el éxodo de Egipto. Allí en el desierto, Israel codició aquellas cosas que no tenía a mano. Al comentar sobre este hecho, Pablo escribe a la iglesia en Corinto: "Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron" (l Corintios 10:6).