Con una interpretación correcta de las Sagradas Escrituras, volviéndonos a su reprensión y al tenor de una teología construida desde las verdades del Antiguo y Nuevo Testamento, con las doctrinas de los profetas y de los apóstoles, borramos de manera progresiva todas las malformaciones con las que la tradición evangélica ha dado acta de nacimiento a cristianos con fisuras e inconsistencias, que se han convertido en elementos tóxicos y autodestructivos para el resto del Cuerpo. No es que nazcan así, es que hay una ideología perversa que se reproduce con la institucionalidad de la tradición evangélica, que hace a los hombres que llegan para experimentar regeneración, encontrarse con un sistema corrupto que hace venir abajo lo que como nuevos creyentes han podido conquistar. No pretendemos dibujar una utopía idílica de perfección, que solo estaría reservada para el momento de nuestra redención corporal, pero sí de proponer un despertar espiritual para que el Remanente se empiece a diferenciar de manera plausible de esta generación decadente, y no me refiero al mundo.