La voluntad de Dios de que el creyente sufra, es para el bien del creyente. El, no nosotros, debe guardar nuestras almas. El pecado destruyó la relación espiritual original entre criatura y Creador, quedando sólo la de gobierno. La fe la restablece; de modo que el creyente, viviendo según la voluntad de Dios , reposa confiadamente en la fidelidad del Creador, mientras al impio solo le espera el castigo.