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En este espacio referido a ¿Qué conocés de Misiones, tu provincia?,  hoy vamos a hacer referencia a una historia de colonos del alto Paraná. Concretamente a los colones alemanes venidos en la década de los años 20 a la zona de Montecarlo y cuyas historias cotidianas fueron narradas, de manera excepcional, por uno de los protagonistas: Heinrich Weyreuter en su libro “Ardua fue la lucha”.


Sabidos son los padecimientos de aquella gente llegada de otro mundo al medio de la selva, y sin recursos,  y por eso resulta interesante, a fin de que no se pierda la memoria del trabajo y la perseverancia de estas personas, escuchar de boca de sus protagonistas algunas de aquellas peripecias.


Los padecimientos de aquellos pioneros fueron muchos, y de todo tipo, entre ellos los de la alimentación, que Weyreuter, con 17 años por entonces, describe de este modo:


“La mercadería era generalmente muy mala debido al largo transporte y muchas veces tenía gusanos y bichos. El azúcar era una pasta húmeda. Carne solamente había cazando un venado o un jabalí, pero no podíamos ser delicados y comíamos también carne de zorros y coatíes. Algunas personas comían también carne de víboras y de lagartos. Cuando los alemanes brasileros que habían llegado antes carneaban, conseguíamos, a veces, algún asado gratis. Así fue la alimentación durante el primer año. También habíamos plantado un poco de maíz, un poco de mandioca, también batatas y algunos porotos y arvejas.


Pero eso cambió en el segundo año, cuando se disolvió la sociedad y vino en su lugar otra compañía. Entonces los tiempos fueron amargos porque nos cortaron el crédito para los víveres, y como no poseíamos ni un centavo de dinero comenzó un tiempo magro.


Pronto faltó todo: grasa y manteca, harina, azúcar, sal, kerosene y muchas cosas más. Un tiempo nos mantuvimos porque habíamos traído de Alemania telas que vendíamos poco a poco para adquirir los víveres necesarios. Pero esto también llegó a su fin y estábamos allí como el primer hombre. Solamente que no estábamos en el Paraíso sino en la selva. Y tuvimos una cosecha de maíz, pero el dinero de la venta se iba en el pago de las cuotas de la tierra.


Como no se podía vender el maíz entero había que desgranarlo y embolsarlo. Máquinas para desgranar no teníamos, y así, de noche, después de la jornada de trabajo, nos sentábamos frente al rancho, mis padres, mi hermana y yo desgranando maíz. No es un trabajo pesado, pero si lento, y se tardaba bastante en llenar una bolsa de 70 kilos. Cuando la bolsa estaba llena, nuestras manos también estaban llenas de ampollas. Pero no había otro remedio y cada noche había que seguir.


Cenábamos con la última luz del día porque ya no teníamos kerosén para la lámpara. Y cuando nos sorprendía la oscuridad, nos alumbrábamos con chala de maíz, que encendíamos sobre la planchada de la cocina.


Y con esta memoria de la vida de aquellos pioneros llegados a esta tierra, nos vamos, hasta otra evocación sobre estas cosas de Misiones, tu provincia.