En estos relatos sobre qué conoces de Misiones, tu provincia, hoy te traemos una leyenda misionera que fuera recogida por Juan Bautista Ambrosetti en sus viajes de exploración por estas tierras a fines del siglo XIX, y que tiene que ver con un lugar muy conocido y frecuentado en la actualidad.
Se trata de la leyenda del Cerro Monje, y que Ambrosetti, un científico, pero además uno de los fundadores de la Ciencia Folclórica Argentina, recogió en sus andanzas por el Alto Uruguay.
Ese lugar, en el departamento de San Javier, que en la actualidad es un sitio de peregrinación y culto, dentro de lo que ha dado en llamarse “turismo religioso”, fue visitado hacia 1892 por Ambrosetti cuando allí solo había un pequeño santuario conformado por una capilla de madera y una cruz en recordación de un milagroso monje que residiera en ese lugar. Lugar que, por lo demás, tiene una vista magnífica del curso del Alto Uruguay.
Según esta leyenda, allí se refugió en 1852 un muy famoso monje italiano que residía en Brasil, y que al querer plantar una cruz sobre el cerro, vio como brotó, del agujero que había cavado, un agua milagrosa que convirtió a ese sitio, desde entonces, en objeto de peregrinaciones por las propiedades curativas de ese agua que van a beber los enfermos con la esperanza de curar sus dolencias.
Actualmente miles de peregrinos visitan el lugar, que cuenta con un acceso facilitado por caminos, sendas e instalaciones, pero veamos un poco cómo era aquello en aquellos tiempos en que lo visitara Ambrosetti:
“Principalmente para los días de la Semana Santa –nos cuenta- es cuando el peregrinaje es mayor al cerro del Monje, y cuando miles de personas de los pueblos de Brasil (San Luis, San Borja, San Nicolás, etc.) acuden allí, llenos de fe en la eficacia de esas aguas, a depositar su pobre ofrenda en la capilla.
En el interior de la capilla hay un altar tosco, adornado con algunas colgaduras y sobre él se halla un santo de madera, arrodillado, de 70 centímetros que representa al Señor de los Desiertos y que ha pertenecido a las ruinas jesuíticas de San Javier.
A un lado, se halla un cráneo humano que suponen perteneció al monje.
Como la gente de allí es muy pobre, sus ofrendas se reducen a velas de cera, adornos de papel picado, cintas e infinidad de chucherías que los devotos cuelgan de las ropas de los santos.
Los peones y canoeros del Alto Uruguay antes de emprender el viaje aguas arriba, van a la capilla, toman agua de la fuente y prenden velas a los santos rezándoles un buen rato. Si no tiene muchas velas, por lo menos encienden un cabito, hecho lo cual se embarcan contentos, pero si alguno no lo hace y la canoa tropieza con las piedras o sucede algún contratiempo, los brasileños, sobre todo, refunfuñan y con el mayor descontento exclaman: “Eso tenía que suceder, mi amigo, con el santo no se juega”.
Y con esta evocación de cosas de Misiones, tu provincia, nos vamos, hasta un nuevo encuentro.