Como sabemos, las cataratas del Iguazú son un atractivo turístico que
concentra viajeros de todo el mundo, además de los propios argentinos, y
para ver ese fenómeno natural están las rutas y las líneas aéreas que
facilitan la llegada. Pero hubo un tiempo, cuando comenzaba a gestarse el
personaje de “El Turista” -es decir, aquel sólo dispuesto a viajar por el
placer de conocer- en que las cosas no fueron tan fáciles como lo son
ahora. En principio porque la única vía de acceso era el río, lo que
presuponía inconvenientes a los que en otra oportunidad nos referiremos,
pero, por sobre todo, porque para poder llegar hasta las cataratas los
viajeros debían primero desembarcar en Puerto Aguirre, que luego pasaría
a llamarse Puerto Iguazú, allá por 1901.
Para saber sobre estas cosas, siempre es bueno recurrir a los relatos de
algunos viajeros de aquella época que tuvieron a bien dejar testimonio de
lo que vivieron y nos contaron cómo era la llegada a ese lugar desde el
cual debían, luego, trasladarse hasta las cataratas.
Para escuchar cómo era la llegada a Puerto Aguirre, el actual Puerto
Iguazú, primero oigamos el testimonio de un viajero con el propósito de
visitar “los saltos”, como se les decía por entonces a la cataratas.
Nos dice en su relato este personaje: “A dos kilómetros de la
desembocadura, y sobre la margen izquierda del Iguazú, se alza el
pequeño caserío de Puerto Aguirre. Una casa de madera sirve de hotel a
los pasajeros, otra, de construcción más reciente de comisaría y las demás
casitas, también de madera, porque es el material que abunda allí, son
otras tantas dependencias del hotel y la comisaría.”
“El buque se acerca a la barranca y, por medio de una planchada, se
desciende a tierra, para volver inmediatamente a ascender la alta sierra en
cuya cima se alza el hotel. Es incómodo este ascenso por peldaños de
madera para ciertas pasajeras, acostumbradas a los ascensores de las
grandes ciudades. Hay que tener en cuenta que los pasajeros pasan del
descanso absoluto y plácido de la vida de a bordo, al repecho sofocante y
violento de la barranca de más de 100 metros.”
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Pero tenemos también otra descripción del lugar, en este caso a cargo de
un pintor de la época, que llega a ese lugar, como todos, en barco después
de varios días de navegación y nos cuenta:
“Habíamos llegado. El espectáculo de la niebla era curioso. Después se fue
despejando. El río hervía materialmente. Puede distinguir entonces una
barranca pelada de bastante pendiente, pero mucho mayor de la que me
había figurado. Aparecieron algunas formas claras que resultaron ser
casas de madera. Luego se vio con toda nitidez una escalera empotrada en
la pendiente, cuyos peldaños estaban reforzados por troncos. Empezó el
movimiento. Después del aplastamiento producido por la vida a bordo,
resultó un poco violento hacer alpinismo, trepando la ruda barranca de
Puerto Aguirre, y empezaron las protestas de las señoras gordas, pero
nadie se acordó de condenar las grasas…”
Así de fatigosa era la llegada a Puerto Iguazú, y faltaba todavía el traslado
hasta las cataratas, pero a eso, nos dedicaremos en otra evocación…