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A menudo cuando vamos de viaje, en especial por el interior de Misiones y vemos las propiedades y parcelas de tierra al costado del camino, con casas, instalaciones, potreros, no pensamos en el trabajo original que llevó dividir en fracciones toda esa superficie que alguna vez fueran campos inmensos o selva abigarrada, con serranías, arroyos y mil dificultades para desplazarse por esa superficie. Sin embargo, alguien tuvo que hacerlo en los comienzos, cuando no había más remedio que desplazarse a caballo, en carros o, simplemente a pie.


Hoy, en estos temas acerca de qué conocés de Misiones, vamos a referirnos a la tarea del agrimensor Pedro Croharé, cuyo nombre no es tan conocido como los de Rafael Hernández o Juan Queirel, que se dedicaron a lo mismo, pero que tuvo a bien dejar al menos un diario de sus andanzas por la zona de Apóstoles para que nos demos ahora una idea de lo que significaba, a fines del siglo XIX, mensurar por vez primera esa tierras.


Pedro Croharé era de origen francés y el diario que dejara fue traducido por Virgilio Chavannes.


Nos cuenta por ejemplo cosas así de aquellos días de trabajo: “Empezadas las subdivisiones comenzamos a conocer esos parajes que tenemos que recorrer tantas veces en todos los sentidos. Pasamos frente a ranchos y a veces nos paramos. Solícitamente nos hacen mil preguntas sobre la mensura. En el campamento recibimos cada día muchas visitas de los colonos que vienen a compartir nuestra sopa o la de los peones. Es sin ninguna ceremonia, llegan a caballo y nos dan el “buen día, “bájense y arrímense”. Vienen, se sientan, sacan el cuchillo que llevan siempre al cinto y ya están cortando un pedazo de asado que está plantado estaqueado en medio del grupo. Esa es la hospitalidad del campo.


Anota otro día de junio de 1894: “Sorpresa desagradable. Durante un instante todo flotaba en mi carpa. Nuestro campamento se hallaba en lo alto de una loma, pero soplaba viento frío del sur y nos refugiamos en el borde de un arroyo. De tarde una lluvia torrencial engrosó el arroyo y estaba haciendo algunos cálculos cuando todo flotaba en la carpa: botellas, zapatillas, mi estuche de cepillos, y lo más grave, mi teodolito, que también tomó un baño. Durante la noche tuve que hacer transportar todo a un sitio más elevado, e inútil decir que cuando uno se muda, así de noche y bajo la lluvia, goza luego en la cama de una fresca humedad”.


Anota otro día: “Luego de un viaje a Posadas volví a San José donde Bossetti me mandó 10 mulas y 5 caballos. Finalmente reinicié mi trabajo y estamos ahora en el monte. Aquí las diversiones no faltan y aprovecho que los mosquitos, los mirís, y los jejenes no son demasiado crueles para charlar con ustedes. Por el momento paro de escribir. Mis manos están negras de mirís y aprovechan veinte mosquitos para picarme. El bosque no es todo color de rosa.”


Fragmentos de recuerdos de uno de los primeros agrimensores para ser tenidos en cuenta cuando nos toca viajar por el interior de Misiones.