La situación en que habían quedado los campesinos, mayormente indígenas, se había vuelto realmente intolerable. “La gente ya no tenía salida, no podíamos trabajar, no podíamos vivir”; estaban acosados por la guerrilla y por el ejército, controlados en todos sus movimientos, sin poder atender sus milpas y sus pocos animales, atemorizados y empobrecidos por un conflicto que no daba señales de terminar y cobraba cada vez más vidas. Algo se debía hacer, pensaban, para acabar con un estado de cosas que los llevaba a la ruina.