Los apremiantes desafíos del poder son sin duda mucho más exigentes que los que nacen de la cátedra o de los que se presentan incluso en las campañas electorales: una cosa es diseñar proyectos políticos ambiciosos, pero imprecisos, otra muy diferente llevarlos a la práctica con las personas disponibles, con la instituciones existentes y con las limitaciones naturales que impone todo aparato de gobierno. Bien pronto Arévalo descubriría esto.