Arévalo y las fuerzas de izquierda que dominaban los partidos que lo apoyaban habían quedado como descolocados en un panorama internacional que se había escindido abruptamente en dos campos opuestos (URSS y los Estados Unidos). La revolución, entonces, debía alinearse de algún modo en el contexto de la nueva realidad mundial: o con el bloque comunista o con el capitalismo que, más o menos democrático, alentaban los Estados Unidos.