Por más que ambos militares, Arana y Arbenz, hubiesen aceptado sinceramente un orden de sucesión presidencial entre ellos, las fuerzas políticas que existían detrás de Jacobo Arbenz estaban ya lo suficientemente definidas como para impedir cualquier acuerdo que, en mayo de 1949, truncase sus aspiraciones. Arana, por su parte, no carecía de apoyos.
Desde comienzos de 1949, y desde antes aún para algunos, Arana era percibido como un potencial golpista, enemigo de la revolución y peligroso por su orientación de derecha. Así lo veían Arévalo y la mayoría de los dirigentes del PAR y las fuerzas situadas más hacia la izquierda del espectro político.