Guatemala no había sido nunca una democracia, en el sentido moderno del término, y el período que analizamos hasta aquí, 1944-50, presenta semejanzas y diferencias notables con respecto al telón de fondo del pasado. Por primera vez fuerzas de izquierda dominaban el país y se realizaban, en consonancia, reformas económicas y sociales sin precedentes. Se avanzaba por derroteros nuevos y la nación estaba ya, al llegar a este punto del relato, profundamente dividida en bandos cada vez más difíciles de reconciliar. Pero la democracia, como estilo de gobierno, no había podido arraigarse todavía en un país donde se mantenían prácticas consuetudinarias que en poco contribuían a afirmarla, como las elecciones manipuladas, la tentación de pasar a la violencia para resolver las discrepancias, la escasa o muy condicionada participación política de los habitantes rurales.