El 1 de enero de 1959, barbudo, triunfante y aclamado por casi todo el mundo, Fidel Castro entró en La Habana y comenzó uno de los más largos gobiernos de los que tenga memoria la humanidad. Sin ser comunista aún, o al menos no manifestando su adhesión ideológica en el momento, Castro encabezó una revolución que adoptaría de inmediato un declarado curso izquierdista. La pesadilla de todos los anticomunistas, que habían visto con gran aprensión la experiencia guatemalteca, se había convertido en realidad en la isla caribeña: ahora sí, al muy poco tiempo, podía afirmarse que el comunismo había ganado su primera cabeza de playa en el hemisferio occidental.