“Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ella, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz, será llamado santo al Señor), y para ofrecer sacrificio, conforme a lo que está dicho en la ley del Señor; un par de tórtolas, o dos palominos.” Lucas 2:22-24
En Jesucristo se cumplió toda la Ley de Moisés; no solo la ley moral, es decir, los 10 Mandamientos, sino también las leyes ceremoniales que el Señor mandó en su pacto con el pueblo Israel delante del monte Sinaí. El Niño Jesús fue circuncidado ocho días después de su nacimiento. En esta fecha, 40 días después de Navidad, recordamos cuando María hizo lo que fue necesario para la presentación de su primogénito en el Templo de Jerusalén.
Según Éxodo 13:11-13, el primogénito masculino, tanto del hombre como de la bestia, debía ser ofrecido y consagrado al Señor. Los primogénitos pertenecían al Señor no solo en virtud de la creación, sino porque los fueron salvos en la gran matanza de Egipto. Los hijos primogénitos debían servir al Señor como sacerdotes, hasta que este derecho fuera conferido a los descendientes de Leví, cuando se vieron obligados a redimirse mediante el pago de un sacrificio de exención; las bestias primogénitas debían ser sacrificadas al Señor. Más tarde, el Señor proporcionó normas especiales para la redención de los hijos primogénitos mediante una determinada suma de dinero. El sacrificio de los tórtolas o palominos fue para cumplir la purificación ritual de María.
Fíjate en dos cosas. Primero, por el orden de creación, cada vida humana es un don de Dios. Es el Señor que abre o cierra la matriz, como dice 1 Samuel 1:5, 21. La formación de un nuevo individuo comienza en el momento de fecundación y Dios valora la vida humana en cualquier etapa de su desarrollo. De verdad, dice el Salmo 139, Dios formó el cuerpo en el vientre de su madre. Entonces, el aborto, como asesinato de un ser humano sin culpa y sin defensa, es contra la ley moral, no solo las reglas rituales.
Sin embargo, la redención del serie humano de la condenación del pecado original requirió el sacrificio de una vida para satisfecho el justicia de Dios. El Señor dijo a Abraham que su hijo debe ser sacrificado (Génesis 22). En el último momento, un carnero fue sustituido para Isaac, pero este evento señaló al destino del Simiente de Abraham prometido como bendición a todas las naciones. Luego en Egipto, la plaga de la muerte de los primogénitos, tanto del hombre como la bestia, pasó sobre las israelitas por la sangre de un cordero en cada casa. Este evento también señalo al sacrificio de nuestro Cordero pascual, Jesucristo.
Hay todavía más. El mismo hijo destinado para ser sacrificado fue consagrado como el sacerdote. Jesús fue redimido del servicio como sacerdote levítico. Pero, “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Cristo del Señor. Y vino por el Espíritu al templo. Y cuando los padres metieron al niño Jesús en el templo, para hacer por Él conforme a la costumbre de la ley, él entonces le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Señor, ahora despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; uz para revelación a las naciones, y la gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:25-32). Simeón profetizó que Jesús sería el sumo sacerdote según el orden del Melquisedec y el Cordero de Dios también.
Por causa de las últimas palabras de Simeón, “luz para revelación a las naciones, y la gloria de tu pueblo Israel”, la celebración de la Presentación de Jesús en el Templo es conocida como la Fiesta de la Candelaria y había sido marcado con una procesión de velas encendidas