Para Timoteo, la buena profesión delante de muchos testigos (1 Timoteo 6:11-16) puede referirse a su bautismo u ordenación como pastor. Para todos nosotros, el bautismo es una profesión de fe en Cristo, y damos testimonio de la fe confesada en el bautismo en el cumplimiento de los deberes de nuestra vocación en la familia, la iglesia y la comunidad. Para los hombres llamados y ordenados por la iglesia, la buena batalla es contra los falsos predicadores y la promulgación del puro evangelio por medio de su predicación y su vida. Como “hombre de Dios”, consagrado a la causa de Dios, estando en la sucesión de los profetas y los apóstoles, el pastor debe ser capaz de enseñar la sana doctrina y administrar los sacramentos para la alimentación de la fe de los fieles. Por lo tanto, en capítulo tres de 1 Timoteo, hay una lista de requisitos para los que quieren ser pastores o obispos (en este contexto, los términos son iguales). Tambien, el Artículo XIV de la Confesión del Augsburgo dice que nadie debe enseñar públicamente en la iglesia ni predicar ni administrar los sacramentos sin llamamiento legítimo, es decir, la ordenación.