Hoy, 40 días después de la Navidad, recordamos la presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén (Lucas 2:22-40). Según la ley de Moisés, en Levítico 12, una mujer tenía que esperar 40 días después de dar a luz para entrar al Templo de Jerusalén. Al final de este período, los padres subieron a Jerusalén con el niño para presentarlo al Señor, porque el primogénito del hombre y de la bestia era del Señor, Éxódo 13:2, y debía redimirse con un sacrificio. La ley realmente solo se refería a aquellas mujeres que se convertían en madres siguiendo el curso de la naturaleza. La Virgen y su Niño bien podrían haber reclamado la exención. Pero Cristo se humilló tan completamente por nosotros pecadores, tan completamente quiso hacerse carne de nuestra carne, que se sometió incluso a este humillante rito de purificación en el Templo.
Esta ocasión no fue una costumbre cualquiera instituida por los hombres. Por lo tanto, debe haber muchos padres trayendo a sus bebés al templo todos los días. Probablemente en esta ocasión había muchos otros allí. Sin embargo, con la ayuda del Espíritu Santo, los ancianos Simeón y Ana reconocieron en el Niño Jesús el Mesías prometido en el Antiguo Testamento.
En este pasaje encontramos el cántico de Simeón se llama “Nunc dimittis”, por las primeras palabras con que comienza en la Biblia latina. En nuestras iglesias luteranas, se acostumbra entonarlo en la liturgia después de la Santa Cena. El Nunc Dimittis también se ha emparejado con el Canto de María, o Magnificat, para el servicio de Vísperas.
Hay dos cosas a tener en cuenta. Primero, “ahora despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación” significa que Simeón estaba preparado para morir. Nosotros también, después de recibir la Palabra del perdón en el servicio divino, estamos preparados para morir. Los que permanecen en la fe no debemos temer la muerte física porque tenemos la promesa de la vida eterna. Segundo, “luz para revelación a los gentiles, y la gloria de tu pueblo Israel” significa que Jesús no es solo el Mesías de Israel, también es el Salvador de todas las naciones.
Oremos.
Todopoderoso y eterno Dios, te suplicamos humildemente que, así como tu unigénito Hijo fue presentado como niño en el templo conforme a lo prescrito en tu ley, asimismo nosotros seamos al fin presentado a ti con corazones limpios. Por el mismo Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.