Pareciera que el amor de pareja no empieza con una decisión: nadie elije de quién se enamora. Puede que se trate de alguien que ya conocía y con quien empiezo a pasar más tiempo, o puede que se trate de alguien que veo por primera vez. El punto es que el empezar a sentir algo por alguien es algo que no controlo, es algo que me pasa. Yo no elijo sentir eso que siento, ni tampoco elijo dejar sentirlo. Entonces, ¿eso que siento, es amor?
Cuando se trata de relaciones de pareja, el amor y los sentimientos muchas veces van juntos —especialmente en los inicios—, pero es importante aprender a distinguirlos. Tal vez con un ejemplo se pueda ver más clara la distinción. Si quiero prender un fuego en un campamento, el combustible serían los sentimientos, y la madera sería la voluntad de donde brota la decisión libre. El combustible ayuda a encender el fuego, pero la fogata no está hecha hasta que no se enciende la madera. Puede que el combustible arda con mucha fuerza y muy rápido, pero si la madera no se prende, desaparece igual de rápido. Puede también que el fuego no sea muy llamativo, pero si la madera está encendida, va a ser más difícil apagarlo.
Si el amor fuera eso que siento no podría prometerle amor a nadie, pues no puedo asegurar algo que no puedo controlar. Yo no puedo prometerle a alguien que voy a sentir cosas fuertes por ella durante toda la vida. Pero sí puedo prometerle que voy a buscar en todo su bien, y hacer todo lo que esté en mis manos para hacerla feliz. Puedo prometerle que voy a elegirla a ella como el único sujeto de mi amor, y comprometerme a renovar esa elección todos los días. Esto es lo propio del amor.
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