El
tema de hoy es Meditación sobre la envidia
• La envidia tiene la particularidad de que a un
nivel convencional no produce diversión o placer. Aunque lleva una acción de
descarga, ésta no produce gozo. Porque la envidia no solamente se dirige hacia
el bien de otros, sino que incluso se vuelve contra quien la siente.
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La envidia tiene una perspectiva que hace daño, es ver a quien está cerca de
uno con una
mirada cargada de amargura. Si sentimos envidia no nos es posible disfrutar de aquello
que vemos como valioso en otros, sino que vivimos en la frustración por lo que no
tenemos. La felicidad de otros nos hace sufrir, lo que nos impulsa a querer
parecernos a los demás; pero este esfuerzo por asemejarnos es proporcional a la
insatisfacción de ser lo que no somos en realidad.
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Con frecuencia la envidia puede ser sinónimo de celos; aunque a veces los celos
surgen por haber tenido algo, mientras que en la envidia solo hay carencia. En
la envidia sólo somos lo que otros tienen. No somos nada, y nos aferramos a lo
que otros tienes para sentir que somos algo. Es inútil que nos den: porque no
llegamos a sentir que ya tenemos algo. Creemos que todo lo que procede de
nosotros carece de valor, y nos parece una gran injusticia que otros puedan
tener mientras nosotros nos sentimos vacíos.
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Es común que no queramos conocer la envidia propia. Porque reconocer que la
sentimos es darnos cuenta de que nos estamos dando permiso para ser ruines y
mezquinos. Quizá por estas razones podemos escuchar afirmar cuánta envidia hay
en el mundo; pero siempre la ponemos fuera, en los demás. No queremos aceptar
que en nosotros pueda morar un sentimiento bajo y deshonroso.
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Así, la envidia se vincula también con la vergüenza. Y llama la atención que
ambos sentimientos se relacionen con la mirada. La vergüenza como una expresión
del miedo a que alguien más me mire, y la envidia como la acción de mirar con resentimiento
a otros.
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Por esto, acostumbramos a disfrazar la envidia mediante negaciones. ¿Y qué
ocultamos? Tal vez una posición laboral o social que percibimos como inferior,
probablemente una carencia personal que es visible con claridad en los bienes o
las cualidades que poseen otras personas. Esta emoción se alimenta desde la
impotencia de quienes la sentimos. Por eso la solución creemos verla en la
destrucción de eso que se envidia. Y para lograrlo buscamos dañar la imagen del
otro, verlo caer en desgracia, que quede por debajo de nosotros. Entonces sí,
desde esta perspectiva errónea, nuestra envidia se disipa y se calma.
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La vitalidad que nos lleva a sentir envidia puede encontrarse justamente en la
búsqueda de mantenernos con vida, con la fuerza y energía que se generan por tener
un deseo no cumplido. Pero la envidia sólo es el vestigio de deseos infantiles
que puede amenazar nuestros vínculos personales.
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Aprendamos a identificar el camino que nos lleva a descubrir en nuestro entorno
aquello por lo que nos sentimos insatisfechos y descubramos las circunstancias que
nos mueven para reaccionar por mero impulso. Y cuando nos demos cuenta de que
la envidia comienza a surgir, hagamos una pausa total en lo que estemos
haciendo. Identifiquemos con claridad la emoción, localizando la parte del
cuerpo en la que la sentimos. Inhalemos de una manera profunda, lenta y
consciente. Sostengamos el aire mientras permitimos que se intensifiquen con
libertad todas las sensaciones que acompañan a este sentimiento. Exhalemos por
la boca abierta, con un suspiro largo y suave, sintiendo cómo nos liberamos de
una carga innecesaria. Repitamos el proceso dos veces más. Observemos los
cambios que se presenten más adelante. Hagamos uso de esta herramienta cada vez
que sea necesario a lo largo de nuestra jornada, alegrándonos por cada pequeño
logro personal.