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Celebrar y participar de la Eucaristía, especialmente el día del Señor, es un momento único de encuentro con él que nos permite crecer en nuestra relación de amistad con Jesús, uniéndonos más íntimamente a su corazón. A partir de esta relación de amor personal y profundo con el Señor es posible conocerle; pero no a manera de un conocimiento superficial, académico o intelectual, sino, ante todo, vital, es decir un conocer a Jesús por medio de la fe (qué no excluye el estudio ni el uso de la inteligencia), que nos lleva a descubrirle presente, de manera real, en nuestra vida.
Y, es importante este conocimiento vital de Jesús, porque gracias a él es que podemos responder a la pregunta más decisiva e importante de la vida: ¿Quién dices que soy? Pregunta que desde el Evangelio se nos dirige a nosotros hoy. La respuesta que Jesús quiere no es una que parta de los libros o de clases escolares. No basta decir que Jesús es un profeta, un maestro de sabiduría, un iluminado o un modelo de justicia. Jesús es todo eso y más. Pero, para descubrirlo en toda su grandeza no basta mirar desde la barrera, sino que es necesario involucrar la vida y el corazón en el seguir a Cristo, sólo así es posible captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad y descubrirlo no como un personaje religioso más, sino como el Hijo de Dios, el Camino y la respuesta que Dios nos da para llegar a la felicidad y plenitud eterna.
Ante la pregunta que se nos plantea hoy, la respuesta que Jesús espera de nosotros es una respuesta que parta de aquella vivencia esencial de la misericordia y del amor de Jesús en nuestra vida; una respuesta que venga de lo profundo de nuestro corazón. Una respuesta que haga transparente aquella experiencia de encuentro con el amor de Jesús, al grado de poder exclamar, llenos de alegría y gozo, aquellas palabras de Pablo a los Gálatas: Jesús es aquél que me amó hasta entregarse por mí.
Podríamos afirmar que el Evangelio de este día nos interroga sobre nuestra fe y en el cómo va nuestra relación con Jesús. Pues recordemos que fe y seguimiento de Jesús están estrechamente relacionados: creer y seguir a Jesús implica posicionarse de manera personal ante él, es ahí, en ese posicionarse ante Jesús dónde se da la respuesta a la pregunta de este día. Es, por lo tanto, una respuesta personal e intransferible. Nadie puede responder por nosotros.
En este sentido, la pregunta de este día es una invitación a mirar nuestro corazón y ver como se encuentra: es un corazón firme como la roca o un corazón que duda, desconfiado e incrédulo. No importa que nuestra fe sea pequeña o que parezca débil, de lo que se trata es que nuestra fe en Jesús sea sincera y genuina; una fe dispuesta a caminar junto a Jesús para llegar a la plenitud y descubrirlo como el Mesías, el Hijo del Dios vivo, que ha venido para salvarnos y darnos la vida eterna. Es justo el momento de este descubrimiento cuando la vida cambia y se renueva, nos convertimos en piedras vivas con las cuales se construye la comunidad, es decir la Iglesia.
Llegar a descubrir a Jesús como el Mesías, el Hijo del Dios vivo, es encontrar la pieza faltante en este rompecabezas llamado vida. Es a partir de ese momento, en que se descubre a Jesús como el Mesías, que la vida cobra sentido y se entiende todo: porque perdonar, porque sonreír, porque amar, incluso cuando sólo hay insultos u odio, porque seguir haciendo el bien, pues porque se ama a Jesucristo, porque se le conoce como el Camino que conduce a la Vida eterna y a la Verdad plena.
Pidamos, hermanos, a la Virgen María que nos regale la gracia de conocer y amar profundamente a su Hijo, para que, en el momento de responder a la pregunta más importante de nuestra vida, seamos capaces de responder con un corazón sincero: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Así sea.