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En Guayaquil, en 1922, incontables cuerpos de obreros caídos en la masacre del 15 de noviembre fueron arrojados a una fosa común en el cementerio o arrojados al río Guayas. Esa tarde, el ejército había abierto fuego contra los participantes de una huelga general que, para algunos, sería el bautizo de sangre de la clase obrera ecuatoriana.

Hoy, incontables cuerpos de hombres y mujeres de la clase trabajadora de Guayaquil esperan sepultura en medio de la pandemia del Covid19. El Gobierno anunció fosas comunes, luego se desdijo. Anunció sepultura digna para los caídos, luego envió cartones.

Hace un siglo fueron masacrados, hoy caen abatidos por el virus, pero es evidente que, casi un siglo después, el desdén de la clase dominante por los cuerpos de la clase trabajadora es el mismo.

¿Qué pasó en Guayaquil en este siglo? ¿Cómo llegaron (el país y la ciudad) a un estado de deterioro tal que, ante una emergencia como ésta, no hay capacidad para recoger los cuerpos de los caídos? ¿Cuál es el horizonte de futuro tras esta crisis?

Nos acompañan Juan Carlos Pulido, Francisco Pérez y Alfonso Saltos.