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Aunque en Cristo nuestros pecados fueron perdonados de una vez y para siempre, Jesús nos enseñó a orar: “Perdona nuestras deudas”. ¿Por qué? Porque cada día necesitamos mantenernos limpios, en comunión con Dios, y con una conciencia en paz. No es religiosidad, es humildad: el perdón diario es como esa ducha espiritual que nos refresca y nos recuerda que seguimos dependiendo de su gracia.