Ser discípulo es ser aprendiz: amar a Dios con la mente, buscar instrucción y atesorar conocimiento que transforme la vida. La sabiduría no llega por accidente; se cultiva con atención constante a la Palabra, preguntas honestas y hábitos estables de estudio. Aprende cada día, ordena tu mente para obedecer mejor y deja que el conocimiento de Cristo moldee carácter, decisiones y servicio.