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La bondad y la disciplina de Dios siempre exigen una respuesta. Algunos, al ver los juicios del Señor, reconocen su pecado y se vuelven a Él en arrepentimiento. Otros, en cambio, endurecen su corazón y se rebelan aún más. El rey Acab, en medio de una sequía devastadora, no se quebrantó ni buscó al Señor; culpó al profeta Elías y prefirió cuidar sus caballos antes que clamar por su pueblo.

La pregunta es personal: ¿Qué produce en ti la corrección de Dios? ¿Te lleva a la humildad y al arrepentimiento, o a la dureza y al orgullo? Recuerda: los juicios de Dios son llamados de amor para que su pueblo vuelva a sus caminos.